Las malas influencias
Usos erróneos y ultracorrección en nuestro léxico IX En términos generales, el español que usamos en México es de muy buena factura. El léxico, las construcciones sintácticas y la realización del habla de la mayoría de los mexicanos goza de cabal salud y hunde sus raíces en el español castizo que nos fijó por primera vez Elio Antonio de Nebrija en los albores del Renacimiento. No obstante, como todas las hablas y los idiolectos concretos, padecemos algunos vicios que afean de vez en vez nuestra concreción de la lengua. Por ejemplo, los mexicanos abusamos del pronombre “le” y siempre se lo ponemos a casi todos los verbos, aunque no venga al caso (cómprale, dígale, saludarle, óigale, súbale, etc, etc). Otra piedra en nuestro zapato es el uso abusivo de los diminutivos; en el lenguaje –como en la tecnología los japoneses–, todo lo hacemos y lo queremos pequeño; es canónico de estos ejemplos el famoso “ahorita” por ahora mismo y el atroz “ahoritita” ...