Acento en los apellidos
III
En
estas cuestiones de la lengua entendemos por acento el tono de voz más alto en
una de las sílabas que constituyen una determinada palabra, siempre que esté
formada por dos o más sílabas. Por lógicas causas, los monosílabos (no, de, él,
más) todos se consideran agudos puesto que no hay otra disponible dónde
descargar ese tono más alto. La lengua española, al igual que la latina, de la
que procede, está mayoritariamente constituida por vocablos graves. Es decir,
la inmensa mayoría de las que conforman nuestra lengua llevan ese tono de voz
más alto en la segunda sílaba contándolas de derecha izquierda. Tal sucede con casa o lápiz o cardumen. Todas
tres son graves y por lo tanto se pronuncia ese tono con mayor intensidad en la
segunda sílaba, independientemente de que se les escriba o no la tilde.
Otro
tanto sucede con los apellidos, que con frecuencia se constituyen con locuciones
graves; ahora bien, muchos de éstos están construidos con el sufijo -ez que,
como sabemos, significa, “hijo de…”. Así tenemos que López significa el hijo de
Lope, Pérez el hijo de Pero, Rodríguez el hijo de Rodrigo. Estos tres ejemplos
son graves y se les debe escribir la tilde en la segunda sílaba como queda
dicho. ¿Por qué a algunas graves se les escribe la tilde y a otras no?
La
causa se encuentra en las reglas del uso del acento que establecen que las voces
graves deberán escribirse con acento cuando terminen en cualquier consonante
que no sea “n” o “s”. Este es el caso de los apellidos que se constituyen con llanas
que terminan en la consonante “z”. Si, por ejemplo, Rodrigues se escribiese con
“s” no le deberíamos escribir tilde como sucede con los sustantivos perros o
niños, que son graves terminados en “s”. Pero no es así, los apellidos se
escriben con zeta terminal y mientras sean graves deberán escribirse con tilde.
Por ejemplo, existe el apellido Flórez y también Flores. En estos casos al
primero se le escribirá tilde y al segundo no.
Pues
bien, de un tiempo a esta parte se ha introducido mucho en el uso de la tilde
en los apellidos la falsa creencia de que a pesar de lo explicado no se les
debe escribir acento a los que en principio lo deberían llevar, por ejemplo,
Gómez, Yáñez, Martínez, etc. A lo largo de tantos años de impartir clases me he
encontrado con alumnos que establecen una feroz resistencia a mis peroratas e
insisten en que no, en que estoy confundido, que cosas de la lengua yo podré
saber muchas, pero que de su familia yo no sé nada. Esta negativa a la
corrección es impermeable, con mucha frecuencia, a toda lógica y decoro de la
correcta escritura; incluso, algunos se ofenden tan ferozmente que tales
pleitos han sido motivo de invocación de un sinnúmero de argumentos tan
peregrinos que provocan risa y que en más de una ocasión intentan erigirse en
autoridad lingüística o heráldica o ya de perdido, en autoridad dictatorial:
porque así lo quiero yo. Y lo mismo sucede, dicen algunos alumnos, con sus
padres (es que mi papá dice que así se debe escribir), o con la secretaria del
registro civil (es que así está escrito en el acta de nacimiento).
A
esta negativa a la corrección he respondido en algunas ocasiones que respeto
las decisiones de sus progenitores en cuestiones de educación familiar, pero
que soy yo y no su padre o la secretaria municipal quien tiene un doctorado en
letras, que por favor asuma mi autoridad en estos menesteres. Vanos intentos
han sido los míos en tales ocasiones, simplemente es no y no y no. ¿Por qué
tanta negativa? A mi parecer tal situación se origina en dos hechos: el
desconocimiento y un malentendido prestigio familiar. Me explico.
Vayamos
con la inobservancia de las reglas ortográficas. En cierto momento en que se
generalizó el uso de las máquinas de escribir en los registros civiles, supongo
que fue por los años cuarenta del pasado siglo y esto sucedió porque se impuso
un principio pragmático de que a las letras mayúsculas en tales artefactos no
se les pondría tilde para evitar las dificultades técnicas de tener que
acomodar el rodillo primero, el carro después y, finalmente, disparar la tecla
de la rayita. Malabarismo no exento de admiración pero que podría terminar en
accidente pues la mala puntería podría provocar que el signo se imprimiera
sobre la n y no sobre la i.
Esta
licencia mecanográfica se generalizó de tal manera y fue tan poderosa que a
pesar de que ahora los modernos aparatos digitales no la necesitan, hay
personas que se resisten a poner tilde a las letras mayúsculas y suponen que no
se les debe escribir porque así lo decidió la Academia. En fin, la quimera se
hizo tan poderosa que se generalizó en todo el ámbito hispánico, y esa
afirmación no solo corrió por México (en los años en que no existía ni la
globalización, ni la internet ni el wathsapp) sino también en Argentina,
Perú o España. Incluso, la Academia guardó un silencio que facilitó la difusión
de tal confusión. Llegué a oír a personas en las décadas pasadas afirmar
taxativamente “es que la Academia ORDENÓ
que a las mayúsculas no se les ponga acento. Digo que nunca hubo tal,
además de que la Academia, dado el caso, no ordena, sino que propone.
En
1999 (¡hace veinte años!) por fin dicha institución se deslindó de tal enredo.
En su Ortografía de la lengua española
tomó partido por la corrección y sin ambages afirmó en la página 18 de su
manual que: “El empleo de la mayúscula no exime de poner tilde cuando así lo
exijan las reglas de acentuación. Ejemplos: Álvaro, SÁNCHEZ”. ¿De algo sirvió?
De casi nada. ¿Y qué tiene que ver el uso de las mayúsculas con los acentos en
los apellidos y el prestigio familiar? Pues esto se relaciona con lo que
venimos describiendo y me permitirá concluir las presentes reflexiones sobre el
uso que hacemos de la lengua.
Cuando
los alumnos se aferran a que sus apellidos deben escribirse sin tilde, a
diferencia de como les exijo que lo hagan, alguno ha habido que a la sesión
siguiente me muestra su acta de nacimiento y en efecto ahí aparece el MARTINEZ
O EL GONZALEZ sin tilde y en letras mayúsculas. Sin inmutarme les he contestado:
puesto que revisaste con sumo cuidado este documento, te sugiero que observes
que en la parte final la palabra MEXICO está escrita sin tilde; ¿Qué crees que
signifique eso?
¿Cuál
ha sido el resultado de tal explicación? Ninguna. Ramón está equivocado y más
le vale que acepte que Fulanito seguirá apellidándose MARTINEZ y si me aferro,
mejor sería que me vaya preparando para que en el siguiente ensayo que me
entregue, si usa la voz México, no me deberé extrañar que aparezca ésta sin
tilde, porque así lo dispuso la secretaria del registro civil de San Felipe
Tildes Mochas. Esta defensa de la incorrección tras un acta de nacimientos se explica
por el referido mal entendido prestigio familiar o quizá por el temor a meterse
en líos con las autoridades civiles. Veamos.
En
una ocasión un padre de familia me aclaró que su apellido se escribía sin tilde
porque ellos pertenecían a la rama de los PEREZ sin tilde, que es una muy otra
y de mucha más alcurnia que la de los Pérez atildados que es, a todas luces,
una raza inferior y envilecida por los oficios mecánicos. ¿Qué hice ante tan
absurda explicación? Reírme, por supuesto. Contesté amablemente: tiene usted
razón, señor, en defender un linaje sin mácula ninguna de una oscura tilde que
vaya usted a saber cuál sea su origen. Y así continué mi locuaz perorata: alguna
persona conozco que posee el infamante apellido Manteca, propio de judíos, y
jamás han querido dejar de utilizarlo, aunque sea afrentoso, porque afirman que
su rama familiar fue de tal manera honrada por don Alonso Manrique, gran
inquisidor de España, que a un antepasado suyo se le honró con cien cardenales,
que tuvo que llevar a las espaldas hasta su casa cargando, a manera de
latigazos inquisitoriales.
En
fin, para concluir, y dejando la guasa, diré que la resistencia al uso correcto
del acento en los apellidos (y sólo me refiero a las tildes y no a las letras;
quiero decir que no incluyo en este caso a los que se apellidan Chaves, en lugar
de Chávez) será cosa difícil de erradicar. ¿Qué hacer ante esta resistencia a
lo correcto? Nada. Reír. Dado el caso, pedirle al amable lector nos escriba
para que nos comparta su opinión, como nosotros nos hemos atrevido hoy a
expresar la nuestra.
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