Arcaísmos de la lengua española

Anselmo y Lotario, personajes de la Novela del curioso impertinente. Ilustración de G. Doré


 

V

En fechas recientes releía la "Novela del curioso impertinente" que aparece como relato extradiegético en El Quijote. Lógico es pensar que el texto está saturado de términos que ya no se usan en el español de nuestros días; de hecho, las palabras en desuso son una de las dificultades que enfrentan los lectores contemporáneos para realizar la lectura de esta obra genial.

Consultaba la edición de Espasa-Calpe hecha por el polígrafo y cervantista Francisco Rodríguez Marín, que deslumbra al lector por sus muy sabias notas. Muchos son los términos que aquel ilustrado andaluz va explicando y que hacen doblemente sabrosa la lectura. No obstante, nuestro estudioso no explica algunas que quizá para su amplia erudición le parece innecesario detenerse en ellas o bien, explicarlo todo sería una labor imposible, propia de Funes, el memorioso personaje de Borges. Digo que en un momento detuve mi lectura repasando en la mente lo que dice la asediada Camila a causa del brete en que la inmiscuye el enfermo marido: “¿con qué rostro osas parecer ante quien sabes que es el espejo donde se mira aquel en quien tú te debieras mirar, para que vieras con cuán poca ocasión le agravias? Pero ya cayo, ¡ay, desdichada de mí!, en la cuenta de quién te ha hecho tener tan poca con lo que a ti mismo debes”.

Cayo es la palabra que me hizo parar. Lógicamente la pobre mujer se refiere a caer y no a callar. Hoy diríamos caigo. Curiosamente, este verbo tiene correlato inverso con la guturación de otros más. Quiero decir que de ir tuvimos vayga, en siglos pasados, y vaya, en el presente. O también haber se conjugó primero como haiga y hoy decimos haya. La lógica dice que si al presente conjugamos haya y vaya (en lugar de hayga y vaiga), tendríamos que decir en nuestros días caya, y no caiga, como en realidad lo hacemos. ¿Por qué esta manera de conjugar no evolucionó igual que las otras?

El asunto es muy lógico de entender, no obstante que en este momento nos pueda parecer confuso. Digamos en primer término que la lengua es un fenómeno vivo, cambiante y mudable; por lo tanto, la lengua que hoy usamos no es del todo igual a la de hace siglos, aunque no lo notemos. Las formas de hablar y de usar las palabras se modifican al paso del tiempo y lo que hoy es válido, dentro de doscientos o trescientos años no se usará o se lo hará de manera diferente. La forma de hablar de don Quijote, precisamente, sorprendía y hacía reír a sus paisanos porque usaba formas extrañas y caprichosas, cientos de años pasadas de uso. Por otro lado, los cambios no son homogéneos, sino que en algunas regiones se realizan de una manera pero en otras no se dan igual o simplemente no se admiten. En tercer lugar, las evoluciones no son siempre lógicas, sino que pueden tomar caminos caprichosos. Mi profesor de gramática histórica nos decía que la lengua no es lógica, sino prelógica.

Recuerdo que una vez, en compañía de una colega española, acudí a un restaurante en la ciudad de México que tenía las puertas de vidrio cerradas y había que abatirlas para poder pasar. Junto a la palanca que accionaba el mecanismo de apertura estaba un amplio letrero que decía jale, y que son tan comunes en este tipo de puertas. Ella, que iba por delante, antes de intentar entrar me miró sorprendida y me preguntó: ¿Qué significa jale? Yo no sabía en ese momento que ésa era una palabra arcaizante, pero me di cuenta de inmediato del fenómeno lingüístico de disolución que le ha sucedido a muchas F (facer-hacer) y muchas J (jelado-helado) y comprendí cuál era el fenómeno, así que sin saber cómo la usarían ellos en España, simplemente dije hale. Ella, por supuesto que lo entendió de inmediato y en efecto, tiró de la manivela y entramos.

De seguro que se le haría extrañísimo que en México dijéramos jale por hale y de seguro que eso equivaldría para ella como si dijéramos vaiga por vaya. Y por supuesto que yo me quedé pensando en lo arcaizante que es el habla de nuestro país comparada con el uso de España; y aunque a nosotros nos parezca tan normal jale y extraña hale, que para entender mejor su reacción deberíamos pensar en el español rural de nuestro país en comparación con el español urbano. ¿No es verdad que nos sorprende oír decir a una persona de campo juir por huir o dijistes por dijiste? Pues es exactamente lo mismo. Pero aunque sea lo mismo no es igual.
Quiero decir que hay ciertos arcaísmos que están censurados y otros no. La diferencia la establece la llamada norma de prestigio lingüístico. Arcaísmos como jale o caiga son aceptados, pero otros como trujiste o trujistes o juir o hayga no los debemos usar y menos en un ámbito universitario como puede ser al interior de nuestro campus universitario. ¿Eso implica que nos avergoncemos por como hablaba Cervantes y los demás famosos autores barrocos, que usaban muy quitados de la pena estas palabras que acabamos de anotar? No por supuesto, que eso lo tenemos a gran prestigio y honrosa herencia. Son simplemente formas del uso coloquial que tienen un lugar y un momento para usarse. Para la universidad hay un léxico, para la calle otro, para la cantina otro, para la iglesia otro, y así sucesivamente.




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