Los nombres de los colores en lengua española

 

XXXIX

Sabemos que los nombres de los colores no son iguales en todas las lenguas. Nos enteramos cuando en la educación básica los profesores enseñan algunas bases del inglés o del francés a sus alumnos. En el caso de los que nos dedicamos a los asuntos de la lengua y la literatura y estudiamos la carrera de letras o lingüística (o una combinación de ambas, que es la forma más recurrente de establecer esos estudios) nos enteramos más pormenorizadamente de cómo se da esa diferencia y cuál es la causa que la motiva. Por ejemplo, recuerdo las explicaciones que nos daba el profesor del curso Lingüística General. Nos decía, para que observáramos el fenómeno, el caso del color grey en inglés. Significa, por supuesto, gris y eso es una absoluta equivalencia, pero también en inglés identifican con esta palabra otro color que nosotros preferiríamos llamar café o castaño; además, con esta palabra en inglés se pueden referir a plateado, lo cual me parece muy lógico, pero nosotros no la usaríamos así: en español, una moneda de plata o plateada no la llamaríamos gris, sino blanca. Precisamente por eso, se llamaban blancas unas pequeñas monedad de plata, en la Edad Media española, porque la gente las veía de ese color.

Para decirlo en una palabra, en compañía de Octavio Paz, una lengua es una manera de ver el mundo. Y nosotros vemos café o blanco lo que los angloparlantes ven gris. Así pues, se entiende que al interior de una lengua no hay diferencias en la manera de identificar los colores y todos están de acuerdo en los nombres de los diferentes colores e incluso en las tonalidades y variantes, que implican muchas veces un verdadero embrollo. Recuerdo que ese profesor se hacía un lío terrible cuando trataba de fijar cuál era el matiz del color café con leche, incluso, nos pedía que no lo usáramos aunque en España es moneda corriente, porque alegaba que se puede entender con esa frase desde el tono beige hasta el café claro, incluso, el café oscuro.

Se entiende pues que cada lengua, según sus necesidades, contexto social, cultural y hasta geográfico determina el nombre y los usos de los colores. Está el fenómeno de los esquimales que en el inuit pueden distinguir más de veinte nombres para las cosas blancas, mientras que nosotros no. Y al revés, la palabra para referirse al caballo ni existía en esa lengua americana, mientras que nosotros tenemos más de una docena de variantes (caballo, yegua, potrillo, potro, jamelgo, mostrenco, cabalgadura, percherón, bestia, rocín, penco, corcel, jaca, garañón, montura, mula, macho).

Pues bien, este fenómeno que en principio se da cuando se pasa de una lengua a otra, en realidad existe al interior de las mismas lenguas. Tengo para mí que esa diferenciación, por no llamar confusión, lo determina la lejanía física entre unos y otros hablantes y también la realidad que les rodea que hace ver a los hablantes cosas que en otros puntos del planeta no existen o si existen no importan. Los lingüistas hablan de la HRL (la hipótesis de la relatividad lingüística) que implica el que el lenguaje que hablamos afecta o influye en algún grado y en diferentes aspectos sobre nuestro pensamiento. Y eso sucede con las palabras castaño, marrón y pardo en español. Veamos por qué.

La palabra marrón alude al color café oscuro y es un préstamo del francés a nuestra lengua. En ese idioma se le llama a la cáscara de las castañas con esta palabra (marron).  Por lo tanto, marrón y castaño son sinónimos, pero también lo es de estas dos, pardo y es aquí donde empiezan los problemas. Se entiende por pardo a un color terroso, casi negro con tonos rojizos y como ejemplo se suele citar a los osos que reciben ese nombre: osos pardos. En fin, así dicho no hay problema (como se supone que no debería haber en café con leche). Será color pardo todo aquello que tenga un color igual o semejante a la piel de estos plantígrados.

La incógnita se me presentó cuando –por asuntos que no vienen a cuento hoy explicar– intenté saber cuál era el color original del hábito de los religiosos franciscanos, allá por los fines de la Edad Media. Por las muchas crónicas que había leído, sabía que el color era el pardo, pero por diversos contextos entendí que el color no era castaño, sino gris oscuro. El asunto se me complicó más cuando busqué antiguas pinturas de estos frailes, y en diversas ocasiones, los religiosos descalzos, portaban un hábito que para mí era gris, y no castaño. Mayor fue la confusión cuando busqué ejemplos en internet del color pardo, y entre los muchos que ahí me aparecieron estaba una variedad de grises desde los muy oscuros hasta los no tanto.

Un día pensé que el asunto quedaba resuelto cuando en una crónica encontré la explicación del origen del color del hábito elegido para los hijos de San Francisco. Decía, palabras más palabras menos, el escritor que su fundador eligió el color pardo de su hábito porque éste debería tejerse de lana cruda sin seleccionar colores en el momento de la esquila, y como la inmensa mayoría de las ovejas tienen el pelo blanco y sólo unas pocas negro o gris terroso, pues la combinación de ese 90 % blanco y lo demás negro o casi, eso daba el color pardo. Me dije, asunto resuelto: en sus orígenes el color era gris. Pero, entonces, ¿por qué en la actualidad es café? Esa contrariedad me pareció la resolvía el cronista pues se quejaba de que en sus tiempos (siglo XVI) los frailes ni usaban lana cruda mezclada de todos los colores ni las telas usadas eran de un color natural, sino teñidas.

Sólo cuando reflexioné sobre mis viejas clases de lingüística en torno a la diferencia de los colores entre una lengua y otra, me di cuenta que eso no sólo se daba entre dos o más, sino al interior de una sola y que en esto tenía mucho que ver la HRL, pues en México, ni existen castaños ni osos pardos. Por ello es que en el español de América se usó perfectamente como sinónimo de castaño ( y también de marrón) café, que alude al color de la semilla tostada con que se prepara la infusión del mismo nombre. Así pues, café para América y castaño y marrón para España. Y en el caso de pardo sucedió algo similar a lo que les pasaba a los inuit con el color blanco. Quiero decir que para España los osos pardos son algo mucho más común que acá, que también los hay, pero muy pocos y sólo en pequeñas regiones del norte del país.

Si vamos a un zoológico y observamos con mucho cuidado a esos bellos animales, nos daremos cuenta que su pelaje es casi negro en la mayor parte del lomo, pero al aproximarse al cuello o a ciertas partes del vientre, pierde la intensidad y podríamos decir que es deslavado, aclarado, y por supuesto, gris. Más aún, cuando vemos su rostro, aparecen los tonos rojizos mezclados con los terrosos que podríamos calificar como castaños. En fin, que si lo vemos de lejos y en conjunto, nos podría parecer café oscuro. Por lo tanto, tenía razón yo en inferir que el hábito franciscano era gris pero también la tienen los religiosos de hoy por usarlo de un color que a nosotros nos parece café y no pardo ni castaño, que son dos palabras y dos realidades muy ajenas a nosotros, como los caballos para los esquimales. En síntesis: castaño, marrón y pardo es un solo color para los españoles, pero nosotros vemos ahí dos: el café y el gris.

 



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