Los nombres de los colores en lengua española
Sabemos que los nombres de los
colores no son iguales en todas las lenguas. Nos enteramos cuando en la
educación básica los profesores enseñan algunas bases del inglés o del francés
a sus alumnos. En el caso de los que nos dedicamos a los asuntos de la lengua y
la literatura y estudiamos la carrera de letras o lingüística (o una
combinación de ambas, que es la forma más recurrente de establecer esos
estudios) nos enteramos más pormenorizadamente de cómo se da esa diferencia y
cuál es la causa que la motiva. Por ejemplo, recuerdo las explicaciones que nos
daba el profesor del curso Lingüística General. Nos decía, para que observáramos
el fenómeno, el caso del color grey en inglés. Significa, por supuesto,
gris y eso es una absoluta equivalencia, pero también en inglés identifican con
esta palabra otro color que nosotros preferiríamos llamar café o castaño;
además, con esta palabra en inglés se pueden referir a plateado, lo cual
me parece muy lógico, pero nosotros no la usaríamos así: en español, una moneda
de plata o plateada no la llamaríamos gris, sino blanca.
Precisamente por eso, se llamaban blancas unas pequeñas monedad de
plata, en la Edad Media española, porque la gente las veía de ese color.
Para decirlo en una palabra, en
compañía de Octavio Paz, una lengua es una manera de ver el mundo. Y nosotros
vemos café o blanco lo que los angloparlantes ven gris.
Así pues, se entiende que al interior de una lengua no hay diferencias en la
manera de identificar los colores y todos están de acuerdo en los nombres de
los diferentes colores e incluso en las tonalidades y variantes, que implican
muchas veces un verdadero embrollo. Recuerdo que ese profesor se hacía un lío
terrible cuando trataba de fijar cuál era el matiz del color café con leche,
incluso, nos pedía que no lo usáramos aunque en España es moneda corriente,
porque alegaba que se puede entender con esa frase desde el tono beige hasta el
café claro, incluso, el café oscuro.
Se entiende pues que cada lengua,
según sus necesidades, contexto social, cultural y hasta geográfico determina
el nombre y los usos de los colores. Está el fenómeno de los esquimales que en
el inuit pueden distinguir más de veinte nombres para las cosas blancas,
mientras que nosotros no. Y al revés, la palabra para referirse al caballo ni
existía en esa lengua americana, mientras que nosotros tenemos más de una
docena de variantes (caballo, yegua, potrillo, potro, jamelgo, mostrenco,
cabalgadura, percherón, bestia, rocín, penco, corcel, jaca, garañón, montura,
mula, macho).
Pues bien, este fenómeno que en
principio se da cuando se pasa de una lengua a otra, en realidad existe al
interior de las mismas lenguas. Tengo para mí que esa diferenciación, por no
llamar confusión, lo determina la lejanía física entre unos y otros hablantes y
también la realidad que les rodea que hace ver a los hablantes cosas que en
otros puntos del planeta no existen o si existen no importan. Los lingüistas
hablan de la HRL (la hipótesis de la relatividad lingüística) que implica el
que el lenguaje que hablamos afecta o influye en algún grado y en diferentes
aspectos sobre nuestro pensamiento. Y eso sucede con las palabras castaño,
marrón y pardo en español. Veamos por qué.
La palabra marrón alude al color
café oscuro y es un préstamo del francés a nuestra lengua. En ese idioma se le llama
a la cáscara de las castañas con esta palabra (marron). Por lo tanto, marrón y castaño
son sinónimos, pero también lo es de estas dos, pardo y es aquí donde
empiezan los problemas. Se entiende por pardo a un color terroso, casi negro
con tonos rojizos y como ejemplo se suele citar a los osos que reciben ese
nombre: osos pardos. En fin, así dicho no hay problema (como se supone que no
debería haber en café con leche). Será color pardo todo aquello que
tenga un color igual o semejante a la piel de estos plantígrados.
La incógnita se me presentó cuando
–por asuntos que no vienen a cuento hoy explicar– intenté saber cuál era el
color original del hábito de los religiosos franciscanos, allá por los fines de
la Edad Media. Por las muchas crónicas que había leído, sabía que el color era
el pardo, pero por diversos contextos entendí que el color no era castaño,
sino gris oscuro. El asunto se me complicó más cuando busqué antiguas pinturas
de estos frailes, y en diversas ocasiones, los religiosos descalzos, portaban
un hábito que para mí era gris, y no castaño. Mayor fue la
confusión cuando busqué ejemplos en internet del color pardo, y entre los
muchos que ahí me aparecieron estaba una variedad de grises desde los muy
oscuros hasta los no tanto.
Un día pensé que el asunto quedaba
resuelto cuando en una crónica encontré la explicación del origen del color del
hábito elegido para los hijos de San Francisco. Decía, palabras más palabras
menos, el escritor que su fundador eligió el color pardo de su hábito porque
éste debería tejerse de lana cruda sin seleccionar colores en el momento de la
esquila, y como la inmensa mayoría de las ovejas tienen el pelo blanco y sólo
unas pocas negro o gris terroso, pues la combinación de ese 90 % blanco y lo
demás negro o casi, eso daba el color pardo. Me dije, asunto resuelto: en sus
orígenes el color era gris. Pero, entonces, ¿por qué en la actualidad es café?
Esa contrariedad me pareció la resolvía el cronista pues se quejaba de que en sus
tiempos (siglo XVI) los frailes ni usaban lana cruda mezclada de todos los
colores ni las telas usadas eran de un color natural, sino teñidas.
Sólo cuando reflexioné sobre mis
viejas clases de lingüística en torno a la diferencia de los colores entre una lengua
y otra, me di cuenta que eso no sólo se daba entre dos o más, sino al interior
de una sola y que en esto tenía mucho que ver la HRL, pues en México, ni
existen castaños ni osos pardos. Por ello es que en el español de América se
usó perfectamente como sinónimo de castaño ( y también de marrón)
café, que alude al color de la semilla tostada con que se prepara la
infusión del mismo nombre. Así pues, café para América y castaño y
marrón para España. Y en el caso de pardo sucedió algo similar a
lo que les pasaba a los inuit con el color blanco. Quiero decir que para España
los osos pardos son algo mucho más común que acá, que también los hay, pero muy
pocos y sólo en pequeñas regiones del norte del país.
Si vamos a un zoológico y observamos
con mucho cuidado a esos bellos animales, nos daremos cuenta que su pelaje es
casi negro en la mayor parte del lomo, pero al aproximarse al cuello o a
ciertas partes del vientre, pierde la intensidad y podríamos decir que es
deslavado, aclarado, y por supuesto, gris. Más aún, cuando vemos su rostro,
aparecen los tonos rojizos mezclados con los terrosos que podríamos calificar
como castaños. En fin, que si lo vemos de lejos y en conjunto, nos podría
parecer café oscuro. Por lo tanto, tenía razón yo en inferir que el hábito
franciscano era gris pero también la tienen los religiosos de hoy por
usarlo de un color que a nosotros nos parece café y no pardo ni castaño,
que son dos palabras y dos realidades muy ajenas a nosotros, como los caballos
para los esquimales. En síntesis: castaño, marrón y pardo
es un solo color para los españoles, pero nosotros vemos ahí dos: el café
y el gris.
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