El uso de las mayúsculas


 XLI

En nuestro alfabeto latino, las primeras letras que se usaron fueron las mayúsculas. El uso cotidiano y la necesidad de hacer más expeditos los textos obligó a la invención de las minúsculas. Esta innovación debió aparecer hacia el primer siglo de nuestra era. Se han encontrado grafitis en Herculano y Pompeya escritos con letras minúsculas, también llamadas cursivas, es decir que discurren o por mejor decir, corren.

Afirma la Academia Española que fue hasta el siglo segundo que su uso se generalizó. En efecto, tal invento responde a la necesidad de producir con mayor rapidez y no sólo en lápidas o mármoles, sino en tablillas de cera, papel o pergamino, cualquier tipo de texto. Observe el lector que para producir una letra mayúscula se necesitaban dos, tres o más trazos, mientras que con las cursivas cada letra se escribía en uno solo, sin separar la pluma o estilo de la superficie. Esta es la comodidad de las letras manuscritas; con un solo trazo se construye una palabra completa, cosa que no se podría hacer si se usaran mayúsculas.

Pues bien, si las primeras en existir fueron las mayúsculas, con el paso del tiempo y por necesidades prácticas la que más se utiliza hoy es la minúscula. Por otro lado, la diferenciación ya no tiene que ver con la rapidez, la formalidad o el objetivo del escrito, sino que cubre funciones muy distintas. Diríamos en primer término que distinguimos mayúsculas de minúsculas para facilitar la legibilidad. Con mucha frecuencia se escribían los textos de manera continua, es decir, sin marcar puntos y apartes, sangrías, etc., Las hojas parecían una mancha confusa de negro sobre blanco.

También hoy utilizamos las mayúsculas en oposición a las minúsculas para delimitar unos enunciados de otros; esto es que, cuando terminamos una proposición larga (varias oraciones simples o compuestas) decidimos marcar su conclusión y entonces ponemos un punto (el famoso punto y seguido) y continuamos la siguiente proposición con inicial mayúscula. También utilizamos las mayúsculas iniciales para marcar los nombres propios (de personas o lugares) y las denominaciones de instituciones, obras artísticas concretas, acontecimientos relevantes, etc. Así tenemos Juan, Pedro o Francisco; también, Tlaxcala, Puebla o Ciudad Guzmán. En cuanto a instituciones o lugares específicos, podríamos ejemplificar con Instituto Mexicano del Seguro Social o con El Monitor Republicano. Es aquí donde empiezan los problemas y confusiones. Pensemos que en términos generales es muy clara la diferencia entre sustantivo propio y sustantivo común. Si escribimos Leonardo da Vinci fue un pintor del renacimiento. Entendemos que deben llevar mayúsculas los dos primeros porque aluden a una persona en particular, única, indivisible, inconfundible; mientras que los dos últimos (pintor, renacimiento) son sustantivos comunes porque no nos referimos a alguien en particular. Bueno y pase. Pero cuando empezamos a aplicar este principio poco a poco vamos descubriendo que la línea divisoria no es tan clara. Pensemos por ejemplo en el nombre de la gran poetiza mexicana Sor Juana Inés de la Cruz. La ese mayúscula que utilizamos para el tratamiento (soror-hermana) la escribimos así porque nos parece que ya está integrado a su nombre, pero, por ejemplo, en casi todos los demás casos, ese título o tratamiento, lo escribimos con minúscula; sea por caso, fray Toribio de Benavente.

Veamos otro caso paradojal: ciudad de México. Mucha polémica y mucha tinta se ha vertido sobre el asunto de si la palabra ciudad, en este contexto, debería escribirse con mayúscula o minúscula inicial. Tengo para mí, que debe ser con inicial minúscula porque la palabra ciudad es un sustantivo común y se le puede agregar –y se le agrega– al nombre de cualquier otra ciudad, por ejemplo, ciudad de Guadalajara, ciudad de Barcelona, ciudad de Colima, etc. Y en ninguno de estos casos nos atreveríamos a escribir esta palabra con inicial mayúscula.

Para mayor inri, como dirían los españoles, los gobernantes de la capital de nuestro país agrandaron la polémica con el dislate que cometieron de llamar oficialmente a lo que antes se conocía como Distrito Federal, Ciudad de México. Pues con esta decisión (que muchos no respetan porque siguen llamando a nuestra ciudad capital el DF) no sólo ahondaron la polémica, sino que cometieron un verdadero galimatías. ¿Cómo llamar ciudad a una provincia o a un estado? Esto raya en la esquizofrenia. No podemos entender un territorio tan basto que está conformado con barrios, pueblos, caseríos, colonias, estancias, fraccionamientos, ciudades (sí, ciudades) como ciudad, porque justo eso es lo contrario de ciudad. Pero debo decir que no es el único fenómeno al que nos enfrentamos. Algún tiempo trabajé en una oficina gubernamental al sur de la ciudad cuyo domicilio era algo así como Avenida Revolución 1813, Colonia Barrio de Loreto, Coyoacán, D.F. ¿Quién entiende esto? Es como si dijéramos “en una mañana noche de verano”. Pues es una noche de verano o es una mañana de verano, pero no puede ser las dos cosas al mismo tiempo. Por lo tanto, ¿deberíamos escribir la “c” con minúscula inicial porque es sustantivo común de tratamiento? En consecuencia, ¿Barrio con mayúscula? Pues a mi parecer todo es un enredo que no tiene solución y como el nudo gordiano hay que cortar de tajo para remediarlo. Reconozcamos que un barrio no puede ser colonia o al revés. También reconozcamos que una provincia como el otrora DF no puede ser una ciudad.

Necesitamos concluir, pero quedan muchos otros casos del uso errático de las mayúsculas a los que en otra ocasión me habré de referir; por lo pronto apuntemos dos últimos temas. Se supone que las siglas deben escribirse con mayúsculas como SRE, ONU, ISSSTE, etc. Pero ¿cuántas veces no hemos visto escrito también: Unam (por UNAM), Sep (por SEP) o Unesco (por UNESCO)? Y quienes tal proceden no los creo tan descaminados. Cosa que sí me parece fuera de lugar el que, para referirse al obispo de Roma, se tenga que usar indefectiblemente la inicial mayúscula: Papa. Esta palabra, por mucho respeto que sienta por Jorge Bergoglio, es un sustantivo común y debería escribirse con inicial minúscula, como sucede con cardenal, obispo o arcipreste, por ejemplo. ¿Y qué decir de Rey si nos referimos al actual y concreto de España?, por ejemplo. ¿Y el Dios de los cristianos? Me parece un contrasentido usar la R mayúscula y la D mayúscula. Pero me callo porque me estoy buscando ruido con la Inquisición.

 

 

 

 

 

 






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