El uso de las mayúsculas
En nuestro alfabeto latino, las
primeras letras que se usaron fueron las mayúsculas. El uso cotidiano y la
necesidad de hacer más expeditos los textos obligó a la invención de las
minúsculas. Esta innovación debió aparecer hacia el primer siglo de nuestra
era. Se han encontrado grafitis en Herculano y Pompeya escritos con letras
minúsculas, también llamadas cursivas, es decir que discurren o
por mejor decir, corren.
Afirma la Academia Española que fue
hasta el siglo segundo que su uso se generalizó. En efecto, tal invento
responde a la necesidad de producir con mayor rapidez y no sólo en lápidas o
mármoles, sino en tablillas de cera, papel o pergamino, cualquier tipo de texto.
Observe el lector que para producir una letra mayúscula se necesitaban dos,
tres o más trazos, mientras que con las cursivas cada letra se escribía en uno
solo, sin separar la pluma o estilo de la superficie. Esta es la comodidad de
las letras manuscritas; con un solo trazo se construye una palabra completa,
cosa que no se podría hacer si se usaran mayúsculas.
Pues bien, si las primeras en
existir fueron las mayúsculas, con el paso del tiempo y por necesidades
prácticas la que más se utiliza hoy es la minúscula. Por otro lado, la
diferenciación ya no tiene que ver con la rapidez, la formalidad o el objetivo
del escrito, sino que cubre funciones muy distintas. Diríamos en primer término
que distinguimos mayúsculas de minúsculas para facilitar la legibilidad. Con
mucha frecuencia se escribían los textos de manera continua, es decir, sin
marcar puntos y apartes, sangrías, etc., Las hojas parecían una mancha confusa
de negro sobre blanco.
También hoy utilizamos las
mayúsculas en oposición a las minúsculas para delimitar unos enunciados de
otros; esto es que, cuando terminamos una proposición larga (varias oraciones
simples o compuestas) decidimos marcar su conclusión y entonces ponemos un
punto (el famoso punto y seguido) y continuamos la siguiente proposición con
inicial mayúscula. También utilizamos las mayúsculas iniciales para marcar los
nombres propios (de personas o lugares) y las denominaciones de instituciones,
obras artísticas concretas, acontecimientos relevantes, etc. Así tenemos Juan,
Pedro o Francisco; también, Tlaxcala, Puebla o Ciudad Guzmán. En cuanto a
instituciones o lugares específicos, podríamos ejemplificar con Instituto
Mexicano del Seguro Social o con El Monitor Republicano. Es aquí donde empiezan
los problemas y confusiones. Pensemos que en términos generales es muy clara la
diferencia entre sustantivo propio y sustantivo común. Si escribimos Leonardo
da Vinci fue un pintor del renacimiento. Entendemos que deben llevar mayúsculas
los dos primeros porque aluden a una persona en particular, única, indivisible,
inconfundible; mientras que los dos últimos (pintor, renacimiento) son
sustantivos comunes porque no nos referimos a alguien en particular. Bueno y
pase. Pero cuando empezamos a aplicar este principio poco a poco vamos
descubriendo que la línea divisoria no es tan clara. Pensemos por ejemplo en el
nombre de la gran poetiza mexicana Sor Juana Inés de la Cruz. La ese mayúscula
que utilizamos para el tratamiento (soror-hermana) la escribimos así porque nos
parece que ya está integrado a su nombre, pero, por ejemplo, en casi todos los
demás casos, ese título o tratamiento, lo escribimos con minúscula; sea por
caso, fray Toribio de Benavente.
Veamos otro caso paradojal: ciudad
de México. Mucha polémica y mucha tinta se ha vertido sobre el asunto de si
la palabra ciudad, en este contexto, debería escribirse con mayúscula o
minúscula inicial. Tengo para mí, que debe ser con inicial minúscula porque la palabra
ciudad es un sustantivo común y se le puede agregar –y se le
agrega– al nombre de cualquier otra ciudad, por ejemplo, ciudad de
Guadalajara, ciudad de Barcelona, ciudad de Colima, etc. Y en ninguno de
estos casos nos atreveríamos a escribir esta palabra con inicial mayúscula.
Para mayor
inri, como dirían los españoles, los gobernantes de la capital de nuestro país
agrandaron la polémica con el dislate que cometieron de llamar oficialmente a
lo que antes se conocía como Distrito Federal, Ciudad de México. Pues con esta
decisión (que muchos no respetan porque siguen llamando a nuestra ciudad
capital el DF) no sólo ahondaron la polémica, sino que cometieron un verdadero
galimatías. ¿Cómo llamar ciudad a una provincia o a un estado? Esto raya en la
esquizofrenia. No podemos entender un territorio tan basto que está conformado
con barrios, pueblos, caseríos, colonias, estancias, fraccionamientos, ciudades
(sí, ciudades) como ciudad, porque justo eso es lo contrario de ciudad. Pero
debo decir que no es el único fenómeno al que nos enfrentamos. Algún tiempo
trabajé en una oficina gubernamental al sur de la ciudad cuyo domicilio era
algo así como Avenida Revolución 1813, Colonia Barrio de Loreto,
Coyoacán, D.F. ¿Quién entiende esto? Es como si dijéramos “en una mañana
noche de verano”. Pues es una noche de verano o es una mañana de verano,
pero no puede ser las dos cosas al mismo tiempo. Por lo tanto, ¿deberíamos
escribir la “c” con minúscula inicial porque es sustantivo común de
tratamiento? En consecuencia, ¿Barrio con mayúscula? Pues a mi parecer
todo es un enredo que no tiene solución y como el nudo gordiano hay que cortar
de tajo para remediarlo. Reconozcamos que un barrio no puede ser colonia o al
revés. También reconozcamos que una provincia como el otrora DF no puede ser
una ciudad.
Necesitamos
concluir, pero quedan muchos otros casos del uso errático de las mayúsculas a
los que en otra ocasión me habré de referir; por lo pronto apuntemos dos
últimos temas. Se supone que las siglas deben escribirse con mayúsculas como SRE,
ONU, ISSSTE, etc. Pero ¿cuántas veces no hemos visto escrito también: Unam (por
UNAM), Sep (por SEP) o Unesco (por UNESCO)? Y quienes tal proceden no los creo
tan descaminados. Cosa que sí me parece fuera de lugar el que, para referirse
al obispo de Roma, se tenga que usar indefectiblemente la inicial mayúscula:
Papa. Esta palabra, por mucho respeto que sienta por Jorge Bergoglio, es un
sustantivo común y debería escribirse con inicial minúscula, como sucede con
cardenal, obispo o arcipreste, por ejemplo. ¿Y qué decir de Rey si nos
referimos al actual y concreto de España?, por ejemplo. ¿Y el Dios de los
cristianos? Me parece un contrasentido usar la R mayúscula y la D mayúscula.
Pero me callo porque me estoy buscando ruido con la Inquisición.
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