¿Vaso de agua o vaso con agua?
Ya hemos aludido en otras ocasiones en qué radica el
fenómeno llamado ultracorrección. Enunciémoslo pues, sólo brevemente. Todo
consiste en que en una ojeada alguna construcción lingüística nos parece
equívoca o por lo menos mejorable y entonces proponemos otra que remarca las
intenciones de lo muy correcto; por desgracia, casi como una maldición, la
mejora (supuesta) que se propone suele ser tan alambicada que mete el pie en el
lodazal y justo hace lo que trata de evitar.
Por desgracia, con frecuencia sucede que no hay nadie
cercano que nos advierta del dislate casi risible o risible sin duda, en que se
cae. Eso sucede con vaso con agua. Colegas he tenido que sostienen
fervorosamente que lo correcto es vaso con agua y que es propio del
habla chulapona decir vaso de agua. Escandalizado, pero sin atreverme a
enmendar el dislate de aquel compañero equivocado me digo: “¡Madre mía, si un
día un alumno tiene la duda y se lo pregunta…! Pues claro, sucederá lo que
sucede en estos casos, se reforzará y crecerá el error.
Estoy convencido que son tres las causas principales por las
cuales –en lo que toca a las responsabilidades del docente–, los alumnos tienen
dificultades en su correcto uso de la lengua. Primero, porque no hay quién le
diga al estudiante que se equivocó; segundo, porque el docente puede tener la
buena voluntad y sí lee los escritos del alumno, pero no se le ocurre una
solución plausible (he escuchado a colegas decir, los alumnos saldrán del
curso más o menos igual que como entraron; haga yo lo que haga, de nada servirá);
tercero, el docente encargado de enseñar el uso de la lengua tiene tantas
carencias como el alumno mismo.
Si un profesor ignora los diversos usos de la preposición de
y cree que ésta significa exclusivamente materia (casa de madera) y además le
da pereza investigarlo, y para rematarlo se deja dominar por las modas, pues
lógico es que se equivoque.
¿Por qué un profesor se aferra en el error? Sin duda debemos
ser comprensivos, y entender que todos cometemos errores y que es de humanos
errar. De acuerdo. Pero aferrarse en el error desde una posición de autoridad
tiene que ver con una mentalidad inflexiva, con una interpretación limitada de
lo que es la autoridad. Se parte de un presupuesto del tipo: “alguien me dio poder
sobre mis alumnos y funciona porque éstos me obedecen, luego entonces si a mí
se me ocurre tal o cual respuesta, no debo estar equivocado”.
Dice Samuel Gili Gaya en su prestigiado libro Curso
superior de sintaxis española que la preposición de tiene seis
funciones básicas; posesión o pertenencia (las gafas de papá), Materia y
cantidad parcial (puente de piedra; diez de los reunidos votaron en contra),
origen o procedencia (salir de Barcelona), modo (andar de lado), tiempo en que
sucede algo (llegó de noche), agente de pasiva (el que a muchos teme, de muchos
es temido). Con esta revisión hecha de un plumazo bien se ve la riqueza y
complejidad de esta preposición.
El caso que nos ocupa pertenece al segundo grupo, es decir,
la preposición usada para dar un sentido de la materia con la que se constituye
algo. Y no tenemos que complicarnos la vida interpretándolo porque el mismo
gramático utiliza este ejemplo para dilucidar el problema. Lo cito
textualmente. “La materia de que está hecha una cosa: reloj de oro; puente
de piedra. Por tropo atribuimos el contenido al continente: un vaso de
agua, un plato de arroz. Figuradamente ha pasado a significar
materia o asunto de que se trata: un libro de Geografía; hablan de
intereses; trataremos del siglo XVI; y también, naturaleza,
condición o carácter de una persona: hombre de talento; entrañas de
fiera; alma de niño; le acusan de tacañería”.
El asunto no tiene ambages y por lo tanto no requiere
explicaciones y sin embargo haremos unas pocas. Los tropos son figuras
literarias como las metáforas y siempre se han utilizado en las lenguas como
una vía de simplificación de un asunto arduo o para embellecer el habla. A un
personaje de Vila-Matas los habitantes de una tribu africana le piden, con una
hermosa metáfora, que les lea un poema: ahora habla como la lluvia.
¿Cuántas metáforas, metonimias, sinécdoques, etc. no contiene nuestra lengua? Imposible de
contarlas: ocultarse el sol, salir las estrellas, rompérsele
el corazón y tantas otras. Pues bien, se llama metonimia a la figura
retórica de significado que intercambia diversos elementos, por ejemplo, el
efecto por la causa, la causa por el efecto, lo físico por lo moral, la materia por la obra, el continente por el
contenido, el autor por su obra, el lugar de procedencia por el objeto, el
símbolo por la cosa simbolizada, etc.
Si aceptamos que el sol se pone o que la luna es
nueva, ¿por qué no aceptar vaso de agua? Sería imposible ir por la
vida deslexicalizando tropos y aplanando las palabras; simplemente, nunca
acabaríamos. ¿A alguien se le ha ocurrido corregir plato de arroz o volcán
de fuego?
Pues por la misma causa que no aclaramos la obviedad de que
el arroz está contenido por el plato o que el fuego es lanzado por el volcán,
creo que debemos dejar en paz al pobre vaso de agua para que contenga
modestamente el líquido y que nadie se enrede con las palabras descubriendo el
hilo negro.
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