El género de las palabras
En fechas recientes leí en una nota periodística la
siguiente frase: “no estar tratado el agua”. De momento me extrañó la
construcción y me quedé repasándola en la mente. Quizá lo que primero me llamó
la atención fue la ausencia de verbo conjugado; se utilizan dos verboides pero
se omite, casi deliberadamente, el utilizar un tiempo determinado, luego me di
cuenta de que también era un problema el género en el participio (tratado).
Como lo podrá observar el lector, son de esos verbos impersonales que tanto se
han adjetivado que admiten género y número como cualquier otro adjetivo, cosa
que no es natural en el verbo.
En fin, ya sabemos que el lenguaje periodístico tiene en su
contra el que la redacción no suele ser muy escrupulosa porque el oficio siempre
tiene prisa, siempre demanda nuevas notas. Esto, que no era tan grave antes de
la era del internet, hoy es un problema endémico en todas las redacciones,
inclusive, en la de los periódicos más prestigiados. No hablaré ahora de los
verboides, sino me centraré en el género de la palabra agua. Como se da
cuenta el amable lector, el que redactó la nota cayó en la rápida conclusión
que este sustantivo es masculino y por tanto hizo concordar el género de tratado
con el que dedujo en agua, o por mejor decir, con “el agua”. Y
las prisas no le dio tiempo de reflexionar la curiosa excepción de que nos
valemos en el uso de los géneros en ésta. Veamos.
Supongo yo que el redactor dedujo, como se construye “el
agua”, luego entonces esta palabra es de género masculino, aunque termine
en “a”. Como sucede con algunos otros casos, sea un ejemplo programa,
o también, poema. No hubo tiempo para revisar el diccionario porque si
el periodista lo hubiera hecho, habría descubierto con sorpresa que a pesar del
artículo en masculino que a veces usamos, la palabra es femenina y casi siempre
su concordancia es, por lógica, en femenino. Por ejemplo, decimos, agua
oxigenada; no, oxigenado; también decimos agua bendita y no, bendito
y un largo etcétera que no tiene caso alargarlo; creo que a todos nos queda
claro que esta palabra es de género femenino y no masculino.
La pregunta consecuente sería, entonces, ¿por qué se coló el
artículo en masculino? Y la respuesta sería, por evitar la cacofonía que la a
tónica inicial de la palabra y la a final del artículo en femenino;
dicho en otras palabras, decir la agua, se nos haría insufrible al oído,
algo parecido a lo que sucede con las contracciones al (originada en a
el) y del (originada en de el). Por lo tanto, tenemos la
construcción con artículo en masculino si decimos “el agua”, pero si se
interpola una palabra entre una y otra que necesite género, deberemos construir
en femenino: la misma agua, no estar tratada el agua y no el
mismo agua o no estar tratado el agua.
Es decir, que en español no sólo tenemos masculino y
femenino, sino otros cuatro géneros: neutro, ambiguo, epiceno y común. Todas
estas posibles combinaciones (más algunas licencias impuestas por el uso, como
lo que acabamos de explicar) producen no pocas veces confusión en el que
escribe. Concluyamos estas líneas con algunas mínimas explicaciones que nos
ayuden a guiarnos cuando escribimos.
Entendemos por género común el que se utiliza en
aquellas palabras que tienen una sola terminación (periodista, por
ejemplo) en oposición a perro /perra y que, para señalar el
género no nos valemos de la vocal con que terminan, sino por el contexto o por
el artículo que les añadimos (el periodista / la periodista).
Otros casos pueden ser: el estudiante, la estudiante; el juez,
la juez. Aunque en este último caso ha aparecido la variante jueza,
pero no ha tenido mucho éxito, y la mayoría de los usuarios de la lengua se
resisten a incorporarla a su uso. Casos universalmente aceptados serían:
profesor / profesora; doctor / doctora; gobernador / gobernadora.
El género ambiguo, por su parte, es el de aquellas
palabras ante las que titubeamos y unos hablantes la usan en masculino y otros
en femenino y a nadie le causa conflicto eso (cosa que sí sucedería con jueza o
testiga); incluso, una misma persona a veces la diría en masculino y en otras
en femenino. Sea por caso, el mar, la mar; el sartén, la
sartén. Muchos de estos casos están relacionados con el habla hispana en
oposición al habla americana; por ejemplo, quizá la mayoría de los españoles
prefieren la mar y en América domina el mar; aunque es oportuno
advertir que algunos españoles usan el mar.
Entendemos por género epiceno el que se utiliza en
ciertas palabras que a pesar de su morfología (es decir, que pueden terminar en
vocal a u o y eso no es obstáculo para que esa única forma se
utilice para los dos géneros. Tal sucede con la palabra rata, que por su
forma parecería femenina, pero que en realidad esa sola forma se utiliza en
masculino y femenino. Así, decimos, la rata macho es más corpulenta que la
rata hembra. Otros ejemplos son águila, rana. No obstante, no
es obligatorio que terminen en las ya sabidas dos vocales, también tenemos:
jabalí, ratón.
Finalmente está el género neutro que más que un sexo
asignado a una palabra es la referencia a cierta condición de una cosa a la que
no le atribuimos género, aunque entendamos que en principio lo podría tener.
Tal es el caso de la expresión: compré esto, porque no traía más dinero.
Casi siempre está relacionado el género neutro con los pronombres, los
artículos y ciertos adjetivos. Otro ejemplo: “Un no sé qué, que queda
balbuciendo”, dice el poeta.
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