Lenguas en interacción, español y náhuatl
En fechas recientes transitaba por la carretera que va de Colima a Ciudad Guzmán y leí al borde de la misma la cartela que anunciaba la siguiente población, El Ocotillo. La soledad del viaje y la tranquilidad del camino le permite a uno ser caviloso, y así, acompañado por el suave siseo del auto que conducía, me quedé reflexionando sobre esta palabra: Ocotillo.
Este
topónimo tiene un origen híbrido, su raíz es náhuatl y alude a los árboles
resinosos como los pinos. Por otro lado, su gramema se origina claramente en el
español, pues con ese sufijo se construyen los diminutivos y despectivos. Es un
fenómeno tan recurrente en nuestro país –el que el náhuatl y el español se
hayan entrelazado e influido– que ya ni reparamos en ello. El encuentro entre
una y otra lengua (es un decir, en realidad fue un encontronazo) dejó claras
huellas en el uso que los mexicanos de hoy hacemos de una y otra; y ambas,
desde la perspectiva lingüística, se enriquecieron. Socialmente hablando en
realidad fue una imposición de una contra la otra. Por ejemplo, la lógica diría
que la lengua dominante de nuestro país debería ser el náhuatl y el español
tendría un uso realmente marginal y sin embargo no es así, y eso sucede porque
una lengua se impuso violentamente contra la otra. Insisto en que estoy hablando
del fenómeno social.
Volvamos
a los aspectos lingüísticos. Normalmente, cuando dos lenguas están en contacto,
la dominante, la que posee el prestigio social y lingüístico, influye en la
otra, en primer término, prestándole palabras; este es su influjo más profundo,
menos, muy poco, hace préstamos para sus hondables estructuras como su
morfología o su sintaxis. Y así sucedió con el náhuatl, que recibió muchas
palabras prestadas del español; normalmente eran términos que existían en la
realidad hispana y no había un equivalente en la lengua mexicana. Así, se
incorporaron a nuestro idioma autóctono expresiones como cuchara, peso, kilo,
etc. Incluso, al náhuatl también se incorporaron palabras que, a pesar de tener
su equivalente, la fuerza influyente del español impuso sus propios usos, tal
es el caso de “tortilla”, que es como los españoles llamaron a esos discos de
maíz que los indígenas llamaban tlaxcalli.
Y
aunque parezca que me alejo un poco de mi propósito, contaré que hace muchos
años viajaba de madrugada en un autobús de la ciudad de México a la Huasteca Potosina.
Los que subimos por la noche en la gran ciudad hablábamos en español, lógico
es. Pero en el camino, en la oscuridad y ya para amanecer, el camión se fue
deteniendo en muchas poblaciones y los pasajeros fueron cambiando poco a poco.
Ya había amanecido y el vehículo iba repleto de nuevos viajeros. Me despertó
una incomprensible charla, eran dos campesinos que entre ellos hablaban náhuatl
y me llenó de sorpresa (era la primera vez que escuchaba hablar una lengua
diferente a la mía) oír su melodioso parloteo, típico de la entonación de la
lengua mexicana y surgir constantemente de esa ininteligible conversación, palabras
que lograba identificar y entender. De ese diálogo surgían términos como, peso,
tortilla, kilo, chiquillo, ropa, coca, dinero, etc. ¿Terminé por entender lo
que decían? Por supuesto que no, me quedé tan en babia como cualquier otro
escucha que no sabe la lengua de Nezahualcóyotl.
De
momento me preguntaba si con los años, el poderoso influjo del castellano sobre
el náhuatl terminaría por convertir a esta lengua en una especie de dialecto
hispano que todos los hablantes del español, aunque con algunas dificultades,
terminarían por entender. Pensaba en el latín y el inglés y en una graciosa
afirmación que alguna vez hizo Jorge Luis Borges, y era el que el lenguaje de
Shakespeare debería ser considerado como un idioma neolatino como el francés,
el portugués o el español.
Y es que a esta lengua le
sucedió con el latín lo que le pasa al náhuatl con el español. Es decir,
produjo el latín en el inglés tal influjo léxico que dejó cientos y cientos de
palabras en la lengua británica; más, muchas más que las que el español ha
dejado en el náhuatl. Le pido al amable lector que seleccione al azar un
párrafo en inglés y trate de localizar todas las palabras de origen latino que
contiene, descubrirá con sorpresa que serán como la mitad o todavía más, y a
esos niveles no ha llegado la presencia del español en el náhuatl.
Supongo que a los legionarios
romanos les pasaba lo que a mí me pasó en la Huasteca cuando llegaban a la isla
británica y escuchaban al pueblo llano hablar una incomprensible lengua de la
que emergían decenas y decenas de palabras que entendían claramente.
Eso es en síntesis lo que pasa
con el influjo del español en el náhuatl, al revés tenemos aspectos muy parecidos,
pero con matices notables. Veamos. Lo primero que hay que decir es que las
influencias que el náhuatl ha dejado en el español son esencialmente elementos
del léxico, al igual que le sucede al náhuatl con el español. Nada ha dejado la
lengua americana en la europea en cuanto a la sintaxis o a la morfología. Por
otro lado, podríamos hablar de dos tipos de importaciones léxicas que recibe el
español; en primer término está el que llamaremos por comodidad español universal,
en el que permanecen muy pocas palabras de la lengua de Cuauhtémoc, acaso unas
decenas. Términos como tomate, aguacate, petate, malacate, galpón, chicle,
chapopote, etc., serían los términos de origen náhuatl que se usan en casi
todas las partes en que se habla la lengua hispana, desde la Patagonia hasta
Estados Unidos, pasando por España o Guinea Ecuatorial. Por otro lado está la
influencia, muy poderosa, que ha dejado el náhuatl en el español hablado exclusivamente
en México. Acá, fenómeno lógico, el contacto intenso y cotidiano de ambas
lenguas hace que nuestro español esté rebosante de términos de origen náhuatl
que no se usan en otras regiones del español, pienso en palabras como chiche, chinanpina,
apapachar, tapanco, escuincle, achichincle, chilaquiles, enchincualado, popote,
cuate, cajete, cuastecomate, tianguis, equipal, cacles, zopilote y un largo etc.
Y esto es en cuanto al léxico cotidiano,
es decir, palabras totalmente integradas en el habla nuestra. A ellas
tendríamos que agregar una lista larguísima de términos nahuas que constituyen la
toponimia de nuestro país; expresiones, ciertamente, que en su origen eran exclusivas
del náhuatl pero que hoy forman parte del español nuestro y en consecuencia se
han hispanizado. Son denominaciones de lugares que se conservan idénticos en
español o casi idénticos a como se usan en la lengua mexicana, me refiero a
lugares como Xochimilco, Atenco o Atotonilco, pasando por vocablos que se han
hispanizado un poco, como México, Jalisco o Colima, hasta llegar a nombres de
lugares que se han transformado radicalmente como Singuilucan (Tzoquiyucan), Ajacuba (Axocopan),
Tacubaya (Atlacuihuayan) o topónimos que han sufrido una
transformación aún más radical y por lo cual es imposible pensarlos como léxico
proveniente del náhuatl; entre estos casos están Churubusco que es la
hispanización de Huitzilopoxco o Cuernavaca que es la adaptación al español de Cuauhnáhuac.
Para
concluir, digamos lo que pasa con Ocotillo. Esta palabra debe ser un neologismo
creado dentro del español mismo y no una pronunciación hispanizada de una
palabra náhuatl como sucede con México que es la pronunciación a la española de
Meshico, palabra grave, no esdrújula. Es decir, quien la inventó debió ser un
mestizo que hablaba el español como lengua materna y usaba el náhuatl como
segunda lengua, por lo tanto, no se le dificultaba ir de una a la otra y derivó
de ocote, ocotillo; es decir, que no dejaba de pensar en español y por lo tanto
tomó una palabra del náhuatl y la usó como si fuera hispana e hizo con ella
como haría con cántaro (palabra hispana de origen latino) de la cual podía
derivar cantarillo o usar molino (igualmente hispana originaria del latín) para
construir molinillo. Si el derivado lo hubiera hecho utilizando la manera en
como se hacen los derivados del diminutivo o del despectivo en náhuatl, tendría
que decir ocotil o acaso ocotontli.
Final, final. ¿Le pasa al español hablado en México lo que le pasa al náhuatl? Es decir, cuando un nahuatlato escucha a un hispanoparlante, ¿surgen de entre aquellas palabras incomprensibles decenas y decenas de términos que entiende cabalmente porque son originarias de su lengua aunque no entienda el resto del mensaje? Yo creo que sí. Y eso no nos hace concluir la ingenua inferencia que hice cuando era un adolescente de pensar, simétricamente, que quizá un día el español hablado en México termine por ser una especie de dialecto del náhuatl.
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