Neologismos inútiles
Una de las maneras en como podemos
evidenciar la vitalidad de una lengua consiste en observar su capacidad de
crear neologismos. Entre más se forman, más dinámica es. Y la española es una
lengua, como las que más, que constantemente crea nuevas palabras. Las maneras
de hacerlas son muy variadas, desde inventarlas (vocho, por Volkswagen sedán),
“revivir” algunos cultismos latinos que en español se habían perdido (delicatus evolucionó
a delgado y después se creó el cultismo delicado), unir dos
palabras primitivas para formar una nueva (hispanoamericano), tomarlas de otras
lenguas (restaurante) o derivar de una primigenia otra nueva (del sustantivo carro
se creó el sustantivo carril). De estos neologismos queremos hablar hoy;
es decir, de aquellas palabras nuevamente creadas a partir de derivarlas de
otras más antiguas.
Como es sabido, el proceso de
derivación consiste en tomar una palabra y agregarle un prefijo (de decir
se derivó pre+decir= predecir) o un sufijo (de verdad
se derivó verdad+ero= verdadero) o ambas partículas (de romper
se derivó i+romp+ble= irrompible). Otro aspecto
importante de la derivación es que se pueden construir las nuevas palabras a
partir de sustantivos, adjetivos y verbos, y con éstos se pueden hacer nuevos
verbos, sustantivos y adjetivos. Por ejemplo, el verbo producir dio
origen al sustantivo productividad; por su parte, del sustantivo mar
surgió el verbo marear; del adjetivo fácil se obtuvo el verbo facilitar
y del verbo tener se construyó el adjetivo atenido. En fin, que
se pueden derivar muchas palabras haciendo todas las posibles combinaciones que
se nos puedan ocurrir.
Sólo hay una limitación de carácter
lógico, aunque no siempre se respeta, y de esto va la presente reflexión.
Quiero decir que cuando construimos nuevas palabras debemos tener el cuidado de
que éstas vengan a resolver una necesidad del habla, que lexicalmente llenen un
espacio que hasta antes estaba vacío. Por ejemplo la palabra mexiquense
para referirse a las personas originarias del Estado de México. Es lógico que
de la palabra México hayamos derivado el gentilicio mexicano; la cuestión es
que hay tres Méxicos, el país, el estado y la ciudad. Hay muchas maneras de
construir los gentilicios, en nuestro país usamos principalmente los sufijos
-eco, -ano, -ense (chiapaneco, veracruzano y jalisciense); nos pareció más
lógico usar como gentilicio nacional mexicano, y los otros, que son
muchas las posibilidades, los desechamos. Pues bien, como nos parece que la
única forma de construir este gentilicio es a la manera en como lo usamos
actualmente, las otras dos frases sustantivas (Estado de México y Ciudad de
México) quedaron huérfanas de sus respectivos gentilicios pues no había uno
para ellas (no existía mexicaneco ni mexiquense). Si no recuerdo mal,
el neologismo mexiquense surgió hacia finales de los años setenta del
pasado siglo o acaso a principios de los ochenta. Todavía recuerdo que, cuando
la escuché por primera vez, me pareció desagradable; hoy, con su uso
generalizado y por el hecho de que ha venido a llenar ese espacio vacío al que
me refería, ha cobrado una carta de naturalización perfecta y ya a nadie le
parece desagradable y su uso está totalmente generalizado y muchos diccionarios
la incluyen, entre otros, el DRAE. En éste se puede leer la siguiente
definición: “Natural del estado de México, en la república mexicana. U. t. c.
s. || Perteneciente o relativo al Estado de México o a los mexiquenses”.
No obstante este principio de
economía del lenguaje de que deben de construirse nuevas palabras para resolver
una necesidad, de vez en cuando surgen otros neologismos inútiles porque no
vienen a solucionar nada, sino que son redundantes. Eso sucede con la palabra influenciar; en mis tiempos mozos no recuerdo
haberla oído, pero en las últimas décadas se ha generalizado de una manera
sorprendente. De tal modo es su aceptación, que algunos diccionarios ya la
incluyen en sus enlistados, cosa que me parece un exceso porque es inútil y
está torpemente construida. Veamos.
Influenciar es un verbo
transitivo que se construyó a partir del sustantivo influencia y
significa que cierta cosa o persona produce efectos sobre otras personas o
cosas, por ejemplo, el chamán influenció en el ánimo de los enfermos.
Por otro lado tenemos el verbo influir, que es una evolución del verbo
latino influere y que en
sus orígenes tenía la idea de “penetrar”, es decir de que una cosa entra en
otra, corriera por dentro de esa cosa. Como se puede observar, esta idea es
concomitante con la definición que habíamos dado antes. Pues bien, este verbo (influere/influir)
fue tan rico y productivo que de él se originaron muchas palabras, tanto en
latín como en español, y así tenemos fluir, fluido, influjo, flúor, fluvial,
flujo, flojo, fluctuar, efluvio, confluencia, etc.
En consecuencia, si ya teníamos el
verbo influir, y de éste derivamos el sustantivo influencia para luego
de éste resultara un nuevo verbo (influenciar) ¿qué necesidad se tenía
de tal neologismo? Ninguna. La construcción el chamán influyó en el ánimo de
los enfermos está perfectamente construida y tiene a su favor que es una
palabra castiza en oposición a influenció que se escucha desagradable y
confusa. Tal es así la aceptación del neologismo, como ya dijimos, que muchos
diccionarios ya la enlistan, aunque es oportuno aclarar que no la definen, sino
que se remite al lector a buscar influir. Esto sucede entre otros
lexicones con el DRAE.
Por lo tanto, soy de la idea de que
todo neologismo (escaneado, por ejemplo) que se invente y que tenga una
utilidad debe ser bienvenido, pero que el desagradable adjetivo influenciado
debemos rechazarlo y debemos utilizar en su lugar el castizo y limpio influido.
Para concluir, sólo diré que suelo
recomendar a mis alumnos que si ellos acostumbran usar este verbo, tengan el
cuidado de saber discernir en qué contexto lo utilizan. Mientras sea en la
charla y con los amigos, bueno y pase, pero deben tener particular cuidado al
escribir un texto formal, como los ensayos y reseñas que redactan para sus
profesores en la universidad; en éstos no deben dejar colar tan desafortunada
palabra porque, les digo, si ya a alguien se le ocurrió crear el neologismo influenciar
a partir del sustantivo influencia, no vaya a ser la de malas que a otro
se le ocurra inventar el verbo influjar a partir del sustantivo influjo.
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