Mecenazgos cibernéticos
XXXI
La cantidad de Medios de Comunicación que en nuestros tiempos se han ido creando y la agilidad cada vez más vertiginosa con que se desarrollan ha generado nuevas y sorprendentes funciones y estructuras sociales. Hoy quiero dedicar estas reflexiones sobre la lengua a unas organizaciones empresariales que se me hacen muy curiosas por su peculiar mezcla de antiguo y moderno en como fueron concebidas y los resultados sorprendentes que están teniendo. Me refiero a las llamadas crowdfunding.
Esta palabra del inglés está
constituida por dos elementos: crowd que puede ser traducida como grupo
de personas, multitud, tribuna, etc. y fund, que sería algo así como dinero
recaudado, fondos monetarios, etc. Por lo tanto, podemos verter literalmente
esta palabra del inglés como “grupo de personas que reúnen dinero” o menos
palabreramente y más generalizada, “fondo de inversión”, aunque en esta última versión
se pierda la idea de “muchedumbre” que permanece en la lengua original.
Pues bien, esta terminología propia
de los bancos y las bolsas de valores ha saltado al internet con resultados muy
sorprendentes, pues existen en el ciberespacio portales, empresas,
organizaciones no gubernamentales, asociaciones civiles, etc. que se dedican a
impulsar esta variante de los fondos de inversión con un cariz muy particular:
dirigir esos dineros reunidos a creadores artísticos o del espectáculo que
difunden (o no obligadamente) su trabajo por el ciberespacio, por un lado, y
por el otro, conseguir esos recursos no de empresarios unidos por la amistad, sino
de entre usuarios comunes y corrientes del internet.
Es decir, quienes poseen o crean una
crowdfunding ni son los empresarios ni son los
artistas, sino unos intermediarios, que lógico, cobran por sus servicios. Pues
bien, esta iniciativa típicamente capitalista e individualista se adaptó a una
viejísima institución precristiana llamada mecenazgo, que consistía en que un
hombre poderoso y adinerado apoyaba con su dinero y su poder a artistas
necesitados de ingresos. Cayo Mecenas, hombre rico y culto de la Roma de
Augusto, es de quien se sabe que ejercía este tipo de filantropía. Por eso es
que el mecenazgo se llama así, por Mecenas.
Pues bien, los mecenazgos –ahora
gracias al internet–, pueden ser ejercidos no exclusivamente por los hombres
más ricos, sino por cualquier persona que lo desee hacer con artistas que no
conocen personalmente (como le sucedía a Mecenas con sus protegidos). Quienes
concibieron estas posibilidades adaptaron viejas ideas a los tiempos modernos y
se han fundado una buena cantidad de empresas en internet que se dedican a
promover este tipo de relaciones entre desconocidos, con el afán, sin duda, de
apoyar a los creadores, pero vigilando también por sus intereses pues se quedan
con parte de los recursos intercambiados entre uno y otro extremo. Existen
diversas maneras de combinar estas posibilidades, y a una de las variantes se
le conoce como patreon, también en inglés. Este nuevo
término o neologismo (procede de patron, es decir patrón).
En este caso, le sucedió a esta
palabra (en inglés) lo que le sucedió a Kleenex en español, es decir, se
inventó una palabra para designar un producto concreto de una empresa concreta
y después se generalizó su uso; por lo tanto, cualquier producto de estas
características (pañuelo desechable) se le suele llamar así, aunque no sea
fabricado por la empresa inicial. Con patreon sucede de esa manera, pues
podríamos decir que las crowdfunding iniciales se dirigen a las grandes
iniciativas y las patreon a los pequeños creadores y a los
pequeños mecenas. Y es necesario decir que la palabra patreon
no existía en inglés, sino que fue inventada a partir de patron, para crear esta ciberempresa.
Bueno, pues entrando más en materia,
estos dos términos en inglés (crowdfunding y patreon)
se han ido introduciendo en nuestra lengua y observo con curiosidad que muchos
usuarios de ellas no han tenido el cuidado de pensar si existen las palabras en
español a las que equivalen, como en efecto existen.
De un tiempo a esta parte –y lo
recomiendo a mis lectores– me he hecho aficionado a un canal de YouTube
realizado por un cibernauta llamado ahí Jabiertzo y su esposa Lele; ellos difunden
noticias y temas de actualidad de la vida cotidiana en China. Pues bien, al
concluir su periódica emisión invitan al público espectador a que si persisten
en el gusto por esta temática de la actualidad china, ingresen a su página de
Patreon, para consultar más videos realizados por ellos.
Las primera veces que vi este canal,
me sorprendía que le llamaran patreon a esa otra página que promovían,
pues me parecía que esa palabra no estaba ni en español ni en inglés. Y no me
faltaba razón, pues es un neologismo tanto en aquella lengua como en la
nuestra. Y aunque no me atrevía a hacer especulaciones de por qué la
pronunciaban así, me era evidente que sería muy fácil de traducir a un español
castizo; quiero decir que, por el contexto en que lo dicen, uno bien entiende
que es una invitación a los espectadores para que se conviertan en sus mecenas
o patrones o patronos, como quizá sea mejor decirlo.
En efecto, la palabra patronus del latín produjo en español patrón
y patrono y de ellas se han derivado otras como patronazgo y eso es en el fondo
lo que significa ser mecenas, ser el patrono o quizá santo
patrono, porque se podría lograr el milagro de que el artista pueda vivir de
su arte sin tener que distraerse en actividades más mundanas para alcanzar su
manutención.
Para concluir las reflexiones de
esta ocasión, invito a los lectores a que si se encuentran en la necesidad de
usar estos términos (y ya lo creo que sí, porque el oficio de escritor bien
merece ser apoyado por muchos mecenas), piensen que tenemos en español palabras
nuestras de gran raigambre histórico y castizo como mecenas, mecenazgo y
patronazgo, o bien, podemos inventar los términos muy bien construidos como
micropatronazgo o micromecenazgo y no valernos de horrorosos híbridos como balconing, del que ya tendré oportunidad de
hablar en otra ocasión.
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