Traducciones automáticas por internet



 XXXVI


En este modernísimo tiempo de la cibercomunicación se abren paso con gran ímpetu fenómenos utilísimos como la conversión de audio a texto o los textos a voz o las traducciones automáticas. Estas últimas me causan una gran desazón.  Cuatro son –a mi parecer– los fenómenos que confluyen en éstas: el social, el económico, el comunicativo y el lingüístico. Respecto del primero diré que me parece de un valor incalculable, no sé, como en su momento lo fue el descubrimiento de las vacunas. El segundo me tiene sin cuidado, aunque me doy cuenta que debe ser el motor más poderoso que lo impulsa. El tercero también me parece de un valor muy relevante. Y el cuarto –que es el motivo de estas líneas– me causa sentimientos encontrados.

Estas traducciones automáticas que puede uno utilizar para leer un texto en una página web o que permite al usuario consultar los subtítulos de un video son de gran valor social y comunicativo, y me felicito por ello porque mucho contribuyen al conocimiento y su difusión, pero en la parte lingüística, puede uno detectar tantos desatinos que, cuando estoy pesimista (casi todo el tiempo), me digo que mejor sería que no existieran esas maquinitas que traicionan, como bien decían los latinos. Pero también pienso que sin esos resultados –de acuerdo, todos confusos y causantes de muchos malentendidos– simplemente no avanzaría ni un ápice el conocimiento. Me explico con un ejemplo.

No hace mucho mataba el tiempo en un documental sobre la vida de las personas afganas que habitan las montañas nevadas. Es una serie muy interesante que se titula My rural events, así en inglés, en Youtube. El o los creadores de esta serie, de seguro, con el afán de llegar a un público más amplio realizó una versión al español a la que tituló (calcando de una lengua a la otra) Mis eventos rurales. En el espacio de descripción puso algunos breves mensajes también en español y supongo que también traducidos mecánicamente.

Llevar estos videos de unas lenguas a otras es un fenómeno cada vez más recurrente; he visto, por ejemplo, trabajos de un documentalista ruso doblados al español. El videosta afgano que nos ocupa la tiene menos complicada porque sus filmaciones son solo imágenes y por lo tanto no hace falta el doblaje o la subtitulación. Así que, supongo, ante el encomiable deseo de tener espacios más amplios para la difusión, decidió hacer esta versión apoyándose en los traductores de marras (Google o Microsoft, entre otros). Todo esto muy bien, pero con este título el público hispanoparlante se sentirá, por decir lo menos, extrañado.

Lo que se muestra en la breve filmación (24 minutos) es un par de muchachitos muy arropados que, al frente de una choza de adobe apoyada en un paredón, cargan a un burro. Una vez terminada la labor, tiran del animal y tras ellos salen de las penumbras de la barraca dos jóvenes mujeres –arropadas con dobles abrigos y pañoletas –que cargan jofainas y otros enseres domésticos en la cabeza.  Bajan una breve pero empinada cuesta y llegan a un arroyo que discurre semioculto por las piedras, la nieve y el goteante hielo. Descargan el animal unos mientras las otras pelan y pican verduras. Luego hacen una fogata los primeros y las segundas recogen agua para cocer los alimentos y hervir el té. En fin, que mientras ellas trabajan en lo suyo, ellos se entretienen deslizándose en largas planchas de hielo. Terminan por comer sus verduras hervidas y beber el delicioso té. Hasta aquí el documental al que no le faltaron vistas panorámicas de la encumbrada y solitaria choza, espectaculares tomas de las montañas, las cuestas nevadas o las orejas del burro.

Por otro lado, y si analizamos el título en español, descubrimos que evento en nuestra lengua, significa “cosa inesperada que irrumpe por sorpresa”; ya sé que en los tiempos recientes se le utiliza mucho para referirse a hecho, reunión, junta, y hasta fiesta, Pero, sin duda, este uso es incorrecto y con la presente traducción mecánica se profundiza el dislate, pues en esa filmación no encontramos ni una reunión, ni una junta, ni una fiesta ni –mucho menos– unos inesperados acontecimientos; acaso sí, hechos, a secas. Pero aceptar este uso es consagrar el dislate y empobrecer el lenguaje porque lo que vemos es mucho más que hechos. Llamar así este documento visual es empobrecerlo.

Por otro lado está la palabra rural, más desconcertante aún. Porque ésta tiene un campo semántico que asociamos con pueblo, tierras de labor, vacas, caminos de tierra recorridos por perros, caballos, peatones. Nada de eso hay en lo que estamos viendo.

Claro, porque aquí se utiliza rural como contrario de urbano. Y eventos, como las cosas que se hacen cotidianamente en aquellas montañas. Por lo tanto, si tratamos de ser fieles no a la transliteración, que como ya se ve es inviable, podríamos pensar en nombres como Mi vida en la montaña o cosas por el estilo.

Pero no podemos exigirle a ese cúmulo de bits e informática que tenga el sutil discernimiento que la mente sí tiene, ni podemos pedirle a ese artista afgano que previamente conozca el español para diferenciar estas sutilezas y rechace la traducción que le propone el programa cibernético. Él lo que quiere (es uno de los aspectos económicos ya aludidos) es ampliar su área de influencia y en consecuencia tener una mayor rentabilidad para su esfuerzo; y sin duda, que proceda a buscar nuevos nichos de mercado, como se dice, está muy bien. En conclusión ¿Hay solución para estos sutiles conflictos lingüísticos? Pienso que no, sólo rogar que la famosa inteligencia artificial tenga asombrosos progresos para poder hacer este tipo de discernimientos, cosa que a todas luces parece imposible. Los años lo dirán. 

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